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jueves, 24 de octubre de 2013

Paralelismos.


La vida se define entre un tránsito constante entre dos mundos; el personal y el social. Dos planos intrínsecamente unidos y a su vez distintos.
El mundo social constituye la proyección pública del individuo en sí, es la construcción planeada sobre como deseamos ser percibidos. Un maremagnum de riesgos calculados y soluciones de problemas inusitados. El mundo de lo personal es una batalla ontológica espiritual que se libra segundo a segundo, con cada exhalación en la que el alma refleja su constante caminar. 
A fin de cuentas, la vida de todo ser humano puede ser resumida en eso.
Claro es el hecho de que cada delicado segundo en que la vida se desliza en una delgada línea del tiempo, lleva una inexorable y onerosa marcha, el alma sufre una maduración, que siempre deriva de los grandes conflictos. Sin embargo, el tiempo no es garantía de experiencia. Es gracias a la superación de los imprevistos, que nuestra esencia crece y trasciende. 
Desde hace un par de lustros atrás comprendí que, madurar es opcional y que no quería nada mas que eso. Inusual, incomprensible, irasible, impredecible y hasta imprescindible para alguien. Me fanaticé de lo imposible y lo difícil, comenzando por esperar todo de nadie, mucho de nada, posible de inimaginable, desafiante de establecido. Basando mi fé en las causalidades y no en las coincidencias ni en lo inexistente, no obstante, me enrede en un frenesí seductor de romance y humanismo, paradójico a mi vida.
He pasado años creyendo que todo individuo es "bueno", años mismos que he tropezado más de una vez con la misma piedra conocida del cinismo, cometiendo el error de creer en una quasi fantasía de que todo ser humano, prioriza el bien común. Voy por la vida entregando mi credo a diestra y siniestra, sin esperar nada a cambio, tan sólo con el ideal imperante de que en todo humano existe la genuina compasión, en lo más elemental de su existencia. 
Es así, efímera la sensación de encontrar la reciprocidad y el reflejo del alma en un espejo. Un caos de genuina satisfacción por poder sentir eso y decir que, hay amigos sinceros y duraderos que representan más allá que una simple coincidencia de intereses y particularidades. 
Son seres constitutivos de la existencia, ya que por medio de los conflictos que derivan de ellos aprendemos sobre esa insoportable levedad del ser y su inconsciencia por no comprender la significación de "errar, aprender y superar". Creo que eso es la vida, un imparable fluctuar de ambos mundos, en los cuales los conflictos son eje central de nuestros hitos históricos, mismos que son llevados y protagonizados por esos increíbles seres que llamamos, amigos.
El equilibrio entre ambos mundos, son ellos quienes se les confiesa la vida entera, en todo sentido posible. Son un puente entre lo público y lo privado, entre el alma, como representación de la desnudez de nuestros verdaderos YO y, nuestro Yo público, como ese alterego que domina nuestras vidas en representación de nuestras aspiraciones e inspiraciones banales.
Sin duda, todo esto puede disfrazar una enorme divagación concreta sobre la importancia de la amistad de uno para el otro, pero consideraría un crimen mismo, no denotar todas las cualidades de los amigos, de mis amigos, de mis contrapartes esenciales, diferenciados tan sólo, por una matriz distinta. Esto es tan sólo un esbozo de lo que habita mi alma.

 
Esta inspiración se la debo a Puerto Escondido. A estas bellas playas, a las largas caminatas a la orilla de la playa y el mar. Pero más importante aún, a una persona que me llevo a entender muchas cosas, entre ellas, lo invaluable de su amistad.

Onírico amor.

Ver la lluvia venir desde el cielo gris, contemplar la carrera que se emprendía con las gotas que se estrellaban con el ventanal de mi cama. Ese significado vacio eran mis tardes lluviosas de Mayo. Sin tí, sin nadie.
No creo olvidar, serás mi excepción. Te recuerdo llegando a mi vida, aún cuando yo estaba distraida. Te recuerdo desde ese primer instante, una mirada, tan sólo tu silueta. De un lado a otro de la acera, con la luz de la tarde en tu espalda, tan sólo percibí ese misterio, inexplicablemente encantador, una imagen sobreexpuesta de luz naranja de sol batiente, que con cada paso, se revelaba.
Una lluvia amena dominaba, sin embargo fue el momento preciso en que levantaste la mirada y con eso, ya me atrapabas.
No sé como describir esa instantanea sensación que recorrió mi espina, de principio a fin, como relámpago.
Una conexión inexplicable. Cada sensación con la que encendiste mis sentidos, fue tan efímera como inolvidable.
Un delirante éxtasis me provocaba tu voz en mis oídos. Los relieves de tus músculos definidos en tus brazos, tu abdomen y tu espalda, eran una implícita invitación, para que mis manos recorrieran cada centimetro de tu piel remarcada. Tus labios tenían un poder; encender en mi piel tan sólo con sentir el camino que recorrían por la clavícula, mi cuello y mi boca.
Ese aroma fresco, una mistura casi erótica que se escapaba de la esencia de tí, era la adicción que mi nariz gustaba por buscar desde tu cabello hasta tu pecho.
Un instinto impulsivo invadía mi razón en el momento que te veía. El impulso que controlaba por sentir la euforía que te provocaba un acelerado latir del corazón que chocaba contra mi mano derecha sobre tu pecho, mientras miraba el dibujo que forma el iris en tus café caoba.
Mis labios y mi gusto se volvían adictos de tu sabor. Me hacía fanática de buscar esa dulce sensación mordiendo tu labio inferior, en cada posible ocasión.
Perfectamente, no era sólo una simple atracción, era el hecho de hablar por horas contigo y a la vez, cómplices en un silencio, saber qué era lo que callabas. Saber que cuando distraías mi mente, mi atención y la tuya, estaban juntas.
Eras lo que había encontrado, sin saber que estaba buscando. Pero, asi como llegaste, huíste con el amanecer y mis más profundas ambiciones de amar. Te fuiste con el anochecer y, me abandonaste camino a la vida real.