Nomen Nescio.

Qué enorme mentira cuando la gente no cree en la intensidad de una emoción. Qué falso es decir que no existen los sentimientos pasionales, pero peor aún, qué estúpido es pensar que la razón dominará las razones del corazón.

Las emociones y sus sensaciones tienen mil nombres, hay quienes se apegan lo mayor posible a la racionalidad y pueden jurar que son simples sustancias que libera el cerebro y recorren el cuerpo en un frenético viaje por todo el torrente sanguíneo. Sin embargo, aunque ellos traten de montar una cortina de racionalidad, han sentido hasta los más profundo del dolor, de la frustración, del amor y la satisfacción.

Existen emociones incluso que no tienen nombre, pero son tremendas impresiones que pueden causar temblores hasta en la más profunda fibra del alma. Muchas culturas han intentado acorralar estos caóticos frenesí en una sola palabra, como -saudade- en el portugués e incluso el -schadenfreude- del alemán, pero incluso usar éstas palabras en el momento preciso, es inútil. La palabra queda insulza ante la sensación que realmente nos estremece el pensamiento y eriza la piel.

Alguna vez escuché: "...éste carrusel de emociones" y me pareció brillante, como la alternativa que más se acerca a describir lo que sucede dentro de cada uno de nosotros. Esa demencial esquizofrenia de subidas y bajadas que sentimos dentro de sí, como -inner demons-. En un momento nos llevan a querer derrumbar un muro con la manos, querer atravesar el espacio de un grito y al siguiente instante, tener un extraño vacío en el alma, una paranoica incertidumbre de no saber si en realidad alguien estuvo ahí, ocupándote el pensamiento. Una desesperación inquietante y desesperante, querer incluso, arrancarte las entrañas esperando aliviar el caos en tu interior.

Eso has sido tú, un auténtico caos, que al final sólo me dejó con la miseria de una maldita duda: ¿qué fue real? Qué irónico resulta ahora que no pueda definir con una palabra todo lo que sentí, pero que sí lo pueda resumir sólo al enunciar tu nombre.

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